lunes, 21 de mayo de 2012

Puro teatro


Llegué a pensar que verte cada mañana era un regalo del cielo y moriría si algún día desaparecías. Pero sí había algo mejor que despertarme a tu lado, y era hacerlo con una sonrisa en la cara, con optimismo y con ganas de comerme el mundo, aunque estuviera sola en mi cama. Después de todas esas mañanas no hubo una sola en la que, cuando desaparecías para volver semanas después, no tuviera miedo y me sintiera bien conmigo misma. Era mi negación personal, delante de mis ojos, día a día, y no me daba cuenta. 

Despertar no es solo una acción rutinaria. Despertar es también crecer y darte cuenta de que no todo lo que quieres te conviene, porque aunque intentes imponérselo a tu corazón, a tu cabeza y a todos los órganos de tu cuerpo, tarde o temprano terminará haciéndote daño.

Así que una mañana desperté y dejaron de apetecerme más momentos juntos, porque sabía que, cuando nos separáramos, la única perjudicada sería yo. Desperté y empecé a verme a mí misma desde fuera y mi vida me pareció un teatro de marionetas. Así que forcé la bajada del telón y empecé a idear la nueva representación, aquella estaba desfasada y ya ni siquiera el público se la creía.

Pasé muchos días en blanco, pues la idea de la anterior me nublaba los sentidos, pero un día, la inspiración llegó sin avisar, colándose por la ventana con la brisa del verano. Me contó que, a veces, basta con un poco de amistad y unas cuantas sonrisas para dejar los malos guiones atrás. Si la obra no funciona, quítala del cartel, no va a proporcionarte ningún beneficio más, por mucho que hayas invertido en ella. 

Por eso, ahora me encuentro en proceso creativo, me llevará bastante, pero no tengo prisa. Cuando miro hacia adelante, lo único que puedo ver es la cantidad de oportunidades que van a estar ahí, para mí. No pienso desaprovechar ni una de ellas, no perderé ni un tren más. Lo único que necesito es tiempo…y tengo todo el del mundo, solo para mí.



miércoles, 9 de mayo de 2012

Spiralling

Las barras de carmín no afloran a las páginas de los libros. El amor de la carne mortal se desvanece en esa versión oficial de la historia que termina siendo la propia Historia, con una mayúscula severa, rigurosa, perfectamente equilibrada entre los ángulos rectos de todas sus esquinas, que apenas condesciende a contemplar los amores del espíritu. La Historia con mayúscula desprecia los amores del cuerpo, la carne débil que la distorsiona, la desencaja, la desordena con una saña que no está al alcance de los amores del espíritu, más prestigiosos, sí, pero también mucho más pálidos y, por eso, menos decisivos.

Inés y la alegría
Almudena Grandes