Llegué a pensar que verte cada mañana era un regalo del
cielo y moriría si algún día desaparecías. Pero sí había algo mejor que
despertarme a tu lado, y era hacerlo con una sonrisa en la cara, con optimismo
y con ganas de comerme el mundo, aunque estuviera sola en mi cama. Después de
todas esas mañanas no hubo una sola en la que, cuando desaparecías para volver
semanas después, no tuviera miedo y me sintiera bien conmigo misma. Era mi
negación personal, delante de mis ojos, día a día, y no me daba cuenta.
Despertar no es solo una acción rutinaria. Despertar es
también crecer y darte cuenta de que no todo lo que quieres te conviene, porque
aunque intentes imponérselo a tu corazón, a tu cabeza y a todos los órganos de
tu cuerpo, tarde o temprano terminará haciéndote daño.
Así que una mañana desperté y dejaron de apetecerme más
momentos juntos, porque sabía que, cuando nos separáramos, la única perjudicada
sería yo. Desperté y empecé a verme a mí misma desde fuera y mi vida me pareció
un teatro de marionetas. Así que forcé la bajada del telón y empecé a idear la
nueva representación, aquella estaba desfasada y ya ni siquiera el público se
la creía.
Pasé muchos días en blanco, pues la idea de la anterior me
nublaba los sentidos, pero un día, la inspiración llegó sin avisar, colándose
por la ventana con la brisa del verano. Me contó que, a veces, basta con un
poco de amistad y unas cuantas sonrisas para dejar los malos guiones atrás. Si
la obra no funciona, quítala del cartel, no va a proporcionarte ningún
beneficio más, por mucho que hayas invertido en ella.
Por eso, ahora me encuentro en proceso creativo, me llevará
bastante, pero no tengo prisa. Cuando miro hacia adelante, lo único que puedo
ver es la cantidad de oportunidades que van a estar ahí, para mí. No pienso
desaprovechar ni una de ellas, no perderé ni un tren más. Lo único que necesito
es tiempo…y tengo todo el del mundo, solo para mí.